martes, 4 de noviembre de 2014

En estas fechas, cuando llega el 1 de noviembre y nos acercamos al cementerio, no puedo evitar cierto peso en el pecho. Me acuerdo de mis tías, de mi abuela, de mi abuelo... Todos están ya en el cielo disfrutando de una vida mejor. 
Suelo ir al pueblo, y allí, en su casa, les recuerdo en sus quehaceres, en su día cotidiano y a ratos, su proceso de enfermedad que con algunos he compartido.
Hoy los miro, los reconozco, doy gracias por su vida y les digo que yo todavía estoy aquí, viviendo una vida regalada, que voy a aprovechar al máximo hasta que Dios quiera, porque tengo una misión importante que cumplir: SER FELIZ.

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